![]() |
Vivió en una casita al norte, en las afueras de la urbe, donde el
tranvía dejaba la avenida 10 de agosto y torcía hacia la Colón. El y
su hermano Nicolás, tenía que estudiar en El Normal Juan Montalvo,una
escuela fiscal ubicada en las faldas del Pichincha, a más de diez
kilómetros de su residencia. Cuando no tenían dinero para el tranvía
había que caminar y caminar sin descanso.
Quito era una pequeña ciudad de calles estrechas y empinadas, templos coloniales, casas con ventanales enrejados y una vida enclaustrada. Pequeña urbe andina de unos cien mil habitantes, donde los cafetines y la cantina eran refugio de intelectuales y de bohemios con un agudo sentido del humor. A ese ambiente, entre cínico y monástico, los Kingman habrían de irse aclimatando lentamente, mientras con sus amigos empinaban el codo frente a una clase terrateniente llena de prejuicios morales, cuchicheos y segregación. Eduardo Kingman vivió cerca de todas las capas sociales. Pero su fuerte está en ese medio donde sabía que sólo con esfuerzo intelectual podía ganarse un espacio.Terminada la escuela primaria ingresó al Colegio Mejía a exigencias de su familia, pero no culminó sus estudios porque prefirió dedicarse al arte y la contemplación. El pintor era, sin saberlo, resultado de la revolución liberal. Pero por sobre todo era un creador. Dibujante por naturaleza, desde muy joven y a escondidas de los suyos, dejaría el colegio para ingresar a la Escuela de Bellas Artes (1928-1930), en la Alameda, el pequeño parque romántico de Quito. Si uno suma la tensión social sufrida en su vida diaria, la poderosa presencia de la madre, el intenso mundo intelectual, político y social de los años 30 y 40, la bohemia de los 50, siente que Kingman es parte de una lava ardiente derramándose por los cuatro costados. Sólo en los años 70 se lo encuentra en paz, casi aprendiendo a vivir aislado, entre tangos, milongas y paisajes rurales. Como en pequeña cápsula de cristal Kingman asimila lo vivido y no cesa, nunca lo ha hecho, de tomar la paleta, hacer sus bastidores, jugar con sus manos, parecidas a las de su madre y a la de todos los Kingman. ¨ha pintado manos, muchísimas manos. A la particularidad del rostro ha preferido el simbolismo de las manos. Al ego del individuo, el ser colectivo. Ha extraído todas las posibilidades expresivas de las manos. Hasta convertirlas en alternativa pictórica válida. Hasta conseguir que pongan en evidencia múltiples gamas del sentimiento y de la percepeción, a lo mejor tantas como las que se pueden advertir en las caras¨ Lenin Oña Este tiempo vive ya junto a su propio paisaje, sus recuerdos, pintando febrilmente, tomando café, fumando y silbando en dúo con el periquito del patio. A lo lejos, su mujer, Bertha Jijón, sigue sus ritos y sus costumbres, atenta a todo, como pared inamovible, protectora. | |||||||||||||||||||
---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|
![]() |
||||||||||||||||||||
![]() |
||||||||||||||||||||
![]() |
||||||||||||||||||||
![]() |